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Como un barco que se hace a la mar

 

 

Todos los arranques son difíciles, y este no se queda atrás. Para empezar, ha sido una lucha aprender a maquetar lo que ahora aparece en pantalla de forma tan simple al pinchar en la palabra “blog”. Dos días me ha llevado conseguir el aspecto que tiene, y creo no equivocarme ni exagerar al decir que, me temo, ha sido fruto de la casualidad. En cuanto a lo de escribir un post, prefiero ni mencionarlo. Baste decir que he preferido hacerlo en un documento Word y después darle a copiar y pegar. Qué le vamos a hacer, crecí cuando todavía se utilizaban máquinas de escribir —debo de ser de los últimos que fue a clases de mecanografía— y los ordenadores eran verdaderos cacharros de los que hoy no queda más que el recuerdo y alguna carcasa para museo. Siendo todavía un hombre joven, me cuesta mucho adaptarme a este tipo de cosas, pero como escritor independiente me veo obligado a dividir tiempo, cabeza y recursos para hacer que el trabajo de uno fructifique (que se dé a conocer, en otras palabras).

Este blog nace sin pretensiones ni intereses. La idea se me ocurrió cuando, tras un día aciago, lancé un correo electrónico con una reflexión que, para mi sorpresa, fue bien acogida por unos pocos. Pensé entonces en la posibilidad de escribir algo más que líneas sueltas y de forma no tan periódica en una sección de mi página web —se reirán mis amigos y compañeros al leer esto, porque lo cierto es que me cuesta ser constante con el email marketing—, así que quise reservarme unos días para ver cómo demonio se hace. Como digo, no sé si lo he hecho bien, ni mucho menos lo que va a salir de aquí. Sí tengo claro que lo leerán cuatro gatos, pero poco me importa.

Así pues, doy por inaugurado este blog que, como un barco que se hace a la mar, tiene la inmensidad por delante. Quién sabe lo que encontraré surcando sus aguas. Quién sabe…